Capítulo Tercero: La fiesta Di Roger
19.02.2013 12:45
-Volviste.
-No me iba a quedar una eternidad en clase de literatura. Mira, te traje algo.- le mostró una lata de atún y otra de anchoas- Es lo único que encontré que podría darte. La cocinera casi no me dejaba entrar. Ya ni recuerdo lo que le dije.
-Gracias.- se hizo a un lado para que se acostara en la cama- Recuéstate. Tenemos que hablar.- ella obedeció.
-¿Antes puedo decirte una cosa? No es de gran importancia, pero respecto a mi… bueno, es algo extraño.- él le dio permiso para hablar- Acabo de venir de mi clase de literatura, y mi profesor me detuvo antes de que me fuera. Me dijo algo que ni él mismo se había dado cuenta antes. Me dijo “Vera, cómo sabrás, tus padres te pusieron tu nombre en latín, pero Cecilia por tu bisabuela. Hay algo muy curioso en esto. Quizás ellos no lo sabían, pero CECI en latín significa ciega. Puede que sea una simple coincidencia, pero fue algo que me llamó mucho la atención y me pareció que te agradaría saberlo.” Yo le asentí, y fingí que si me gustaba saberlo, cuando en realidad no ¿Qué se supone que debo decir a algo así? Mis padres quizás no lo sabían, pero por un momento llegué a pensar que era una premonición de ellos, que quizás con un diagnóstico se habían enterado de mi ceguera y por eso me habían abandonado.-hizo una pausa y en menos de un segundo, una lágrima ya asomaba en su mejilla.
Estaba imaginando, ¿o hacía no mucho, había dicho que sus padres habían muerto en un barco? Cuando vio la lágrima en el rostro de la niña, todo eso se desvaneció. Se acercó a ella, y se acurrucó en el hueco entre el hombro y el cuello de su amiga, en un intento de ronroneo. Ella sonrió y se secó la lágrima del rostro.
-¿Qué ibas a decirme?
-Debemos irnos pronto. Los desórdenes se producen cada vez más aunque nosotros dos no lo sepamos, hoy vi dos, y seguro que no es solo en esta ciudad.- ambos tenían cara de preocupación, pero ése era solo el principio de los problemas- Eso no es nada, también tenemos que encontrar el portal.
-¿Qué? ¿Encontrarlo? ¡Esa piedra rara no puede transportarnos y ya!
-La piedra es clave en la búsqueda del portal. Actúa de la misma manera que cuando te busqué. Cuánto más cerca estemos del Portal, el color será distinto.
-Tardaremos mil años hasta encontrarlo…- estaba bajo un capricho, y se cruzó de brazos con el fin de demostrar su enojo- ¿tú donde apareciste al llegar?
-Va cambiando de ubicación. A mí me fue favorable y aparecí en esta misma ciudad. Ahora, el portal hace lo que quiere, y si está lejos es porque quiero imponérsenos como un desafío.
-¿Pero puede estar en CUALQUIER lado?
-En cualquier lado. Incluso fuera de esta ciudad o este país. CUALQUIER lado.- imitando su tono de voz, logró hacerle entender a la muchacha que encontrarlo no era tarea fácil.
Toda la tarde anduvieron hablando del viaje y de vez en cuando se contaban maravillas de sus mundos. Que porque en el Cuarto Mundo había parques de atracciones con montañas rusas y máquinas que expulsaban dulces y golosinas, y en el Primer Mundo había cataratas que se tenían del color del amanecer y los peces que saltaban en ellas hacían reflejos y luces con sus escamas de colores, y magos que contaban con magia e ilusiones las hazañas más intrépidas de héroes y magos y leyendas de aquel mundo que existía antes que cualquier otro.
Y de esa manera se adentró la noche. Velo negro que cubría la ciudad para hacer destellar las estrellas que formaban figuras, las cuales Cecilia no veía desde los ocho años.
Alguien tocó la puerta entonces, pero había sido en vano ya que después de tocar sin esperar respuesta ya estaba dentro de la habitación. La misma mujer de hoy temprano.
-Señorita, debe cambiarse inmediatamente, no pensará ir así a la fiesta del alcalde así vestida, ¿verdad?
-Había olvidado la cena.-hizo una pequeña pausa, pensando algo- Julia, por favor dale un baño a Tinashe. Hoy se viene conmigo.
-¿Pero qué está diciendo señorita? Es un gato sin domesticar y además, no querrá ofender al alcalde, ¿cierto?
-O no, claro que no. Sé que no lo hará. La esposa del presidente de Indumentarias Grascot siempre llevaba a su perro.- la mujer gruño, y se fue a buscar a otra servidora para que la vistiera mientras ella bañaba al gato. Cecilia sonrió victoriosa.
-Va a ser mejor que no la rasguñes, es vengativa.-le guiñó el ojo al tiempo que Julia se lo llevaba.
Él gimió cuando Julia intentó quitarlo de la cama después del baño, y se retiró con aire ofendido. ¿Acaso esa mujer no hacía más que regañar?
La habitación de la muchacha era de un color amarillo, casi blanco, y con unas ventanas de marco color marfil. Sobre los vidrios caían prolijamente unas cortinas decoradas con unos gorriones bordados a mano. Eran realmente lujosas, solo que ellas no las podía ver. Siguió con la mirada los muebles, todos ornamentados por trabajadores a mano. Tres cofres de madera pintada en la que guardaba miles de juguetes que algún día ella donaría por su poco uso. Cuadros de famosos y paisajes maravillosos, y un cuadro de gran tamaño que ocupaba casi una pared entera, en el que estaban retratados tres personas. Un hombre pálido y con una pequeña sonrisa (lo cual era extraño de ver en los cuadros), una mujer muy bella, y una pequeña niña de pequeños rizos en las puntas de sus cortos cabellos castaños.
Era ella, y esa era su familia. Por fin la veía. Veía en el cuadro su sonrisa, y por un momento no podía creer que ella hubiera perdido a sus padres y lo infeliz que era por eso.
-He aprendido a superarlo con los años.- estaba detrás de él los últimos dos minutos, y le obsequió una débil sonrisa.
La miró de pies a cabeza. Esa fiesta de noche no era cualquier fiesta. Vera estaba preparada como para ver a la reina. Un vestido apenas ceñido a la cadera, con un pedrerío de color verde pastel, el mismo que el de la chalina que caía delicadamente sobre sus hombros, adornaba un vestido de tela de gasa de un color rosa pálido. Y su pelo. Su pelo estaba recogido de una manera extravagante, que de todas formas le sentaba bien. Era como un rodete, y a un costado, asomando por su hombro izquierdo, una cascada de rizos, y un refinado decorativo en su cabeza, asimilaba ser unas hojas de strass que hacía juego con sus brazaletes. Creía ver más como una mujer que una niña.
-¿Qué sucede?¿Pasa algo malo?
-E-esto…yo…- no sabía bien que decir- N-no sabía que estabas detrás de mí. Te ves…- dudó un poco antes de decirlo-…bien.
Ella sonrió traviesa. Tomó la parte de la falda del vestido y con gracia, dio un giro que hizo danzar sus rizos castaños.
-¿Verdad que es lindo el vestido?-repentinamente dejó de girar y mecerse de pie, y sus rostro volvió a la aflicción- Era de mi madre.
-¿Se supone que yo debo entrar contigo así? Realmente no creo estar a la altura.- logró robarle una sonrisa y desviar su mente de la tristeza que la aturdía.
-Buen punto ¿Qué podré hacer contigo?- lo miró de reojo.
Corrió hacia una mesita con cofres pequeños y cajas, y perfumes que apenas dejaban lugar al cepillo de plata con el que cada noche acicalaba su pelo. Rebuscó por la mesita llena de adornos para el cabello, anillos, pulseras, collares, colonias y peines bastante antiguos, y al parecer encontró lo que buscaba, porque rio juguetonamente mientras con rapidez arrojaba listones de colores de una caja al suelo. No había pasado un minuto de esto, cuando volteó con las manos atrás en la espalda. Tenía una sonrisa que no le gustaba nada a él. Con brincos como los de una niña de cinco años, se acercó al gato.
-Quédate quieto gatito…- una malicia se dibujaba en su rostro, una malicia que predecía una broma o un juego- El gris de tu pelo combina perfectamente conmigo, pero te hace falta algo más.-sacó su mano de detrás de su espalda y dejó ver un moño del mismo color que el verde del ornamento de su vestido.
Maullidos desesperados y gemidos de esfuerzos humanos que duraron un buen rato, provocaron que la sirvienta, Julia, debiera volver al cuarto a cerciorarse de que todo estuviera en orden. Al entrar, se encontró a la joven Cecilia de rodillas sobre el vestido, en el suelo, terminando de atar un moño al cuello del gato gris. Buena reprimenda ganó la muchacha por haber arrugado el vestido, a lo que ella solo fingió estar seria.
Y el coche que iba a llevarlos llegó. Con un minuto y medio de retraso, según Julia. Era como una limusina, aunque para Tinashe todo era nuevo. Incluso llegó a preguntarle son que nadie oyera por dónde tiraban de las riendas los caballos. Una risa contenida llamó por un instante la atención de los dos hombres que la acompañaban.
El trayecto hasta la mansión más lujosa aun que la de Vera, duró alrededor de media hora. Media hora durante la cual Tinashe simulaba acurrucarse en su cuello para susurrarle cosas y no aguantar un trayecto aburrido.
Cortinas de seda color trigo caían pesadamente a un lado y otro de los ventanales que medían tres veces lo que Cecilia, al igual que la puerta.
-¿Acaso invitaron a un ogro también? No hay necesidad de tan grandes puertas.- fue lo primero que dijo él al llegar al lugar.
-¡Shh! Esta noche tú serás mis ojos. Necesito lujo de detalles de cada cosa que veas.- y antes de que el pudiera decir algo, añadió- Discreción. Debemos tener mucha DISCRE…
-¡Señorita Weredsford! Bienvenida sea.-fue interrumpida por un hombre de cabello grisáceo con una calvicie asomando su cabeza, y con unos anteojos que no favorecían su fina presencia, vestido con un traje gris platinado-Pase por favor, en la mesa le aguarda un lugar reservado exclusivamente para usted, al lado de mi sobrino, Lían. Ahora mismo llamó a alguien para que la conduzca hasta allí. Aguarde aquí, por favor.
-¡Rayos! El año anterior ese tal Lían no paraba de presumir de él y de su viaje a Francia. Yo apenas recuerdo haberme presentado.- su amigo rio.
-Pero no contabas conmigo este año.- ambos pensaban en lo mismo.
El lugar en la mesa no era de los mejores: estaba muy lejos de las enormes ventanas y muy cerca de las cocinas, y aunque el piso de madera era hermoso, eso no podía hacer que su ubicación pudiera evitar la mirada de todos los presentes. Estaba más que segura que al momento del brindis, todos mirarían en esa dirección, dos lugares a la derecha de la cabecera, donde se sentaría el anfitrión. Se trataba de aquel que los había recibido, pero aunque él era un buen hombre, su sobrino le resultaba insoportable a ella.
Cuando aún faltaba invitados que llegaran, y había una gran mesa de aperitivos, de los cuales, la mayoría fueron a parar a la boca de ambos, Cecilia hizo señas a uno de los hombres que la acompañaron en la limusina para que la ayudara a salir a uno de los balcones a los que daba acceso los grandes ventanales. Le agradeció y le pidió que se fuera. Ahora tenía un tiempo para hablar con su amigo después de un largo rato de silencio obligado, durante el cual Tinashe se recostaba cómodamente en los brazos de Vera, quién se cansaba de tenerlo de esa manera.
-No podía respirar ahí adentro.
-¿De qué te quejas si tú no estás cubierta de pelo?
-Sí, pero tú no llevas un vestido de hace dos décadas y un gato vago en brazos.- ambos rieron- Estas fiestas son aburridas.
-Es la primera vez que vivo algo así. No sé qué demonios debo hacer.
-Eres un gato, sólo come lo que te den, y evita alejarte de mí, seguramente comerás detrás de mi asiento, en el suelo. Sé que cuento contigo para cualquier cosa que necesite.-él se lo prometió, y ambos en silencio se quedaron pensativos debajo del manto de estrellas que iluminaban la noche.
Una campanilla sonó rato después, y ella lo cogió en brazos mientras uno de los hombres que la asistiría esa noche la conducía a la mesa.
Una vez que llegaron, ella lo depositó en el suelo. Para cuando los mozos llegaban con bandejas de plata y depositaban brillantes exquisiteces ante cada comensal, Cecilia le pidió en francés a uno de los sirvientes un plato para su gato.
La velada parecía ir correctamente, y el sobrino del anfitrión parecía ser tal como ella lo había descrito. Algo pesado y presumido, pero sin maldad, solo inocencia. Cuando comenzó a parlotear sobre su pasado y sus “admiradoras”, cosa inaguantable hasta para Tinashe, Cecilia dejó caer su servilleta diciendo que había sido un accidente. Su amigo en ese momento no estaba viendo lo que hacía, estaba concentrado en su plato de atún y pollo con camarones. Entonces fingió ir a buscarla con su brazo, pero lo único que logró fue hacer que Lían se ofreciera para tomarla. Mientras el joven estaba agachado, Cecilia se asomó al respaldo de su asiento, para que él la viera, y comenzó a susurrar cosas con un tono enojado. El sobrino del anfitrión se levantó para devolverle la servilleta y una sonrisa de galán. Para entonces, ella estaba bien sentada, sin indicio alguno de haberse trepado al respaldo de la silla para susurrarle cosas a un gato.
Él se ofreció a colocarle la servilleta sobre la falda, y lo habría hecho de no ser por un felino gris y moño verde que se subió en ella y le emitió un bufido amenazador. Rápidamente el muchacho arrojó la servilleta y se inclinó hacia atrás con el miedo visible en su rostro. A partir de ese momento y durante toda la velada, cuando Tinashe estaba cerca o sobre Vera, Lían sólo se dedicaba a lo que había en su plato.
Le agradeció haber llegado justo a tiempo, y a partir de entonces, él permaneció en su regazo hasta que le servían comida.
La noche parecía perfecta, ningún incidente, y mucho más fácil de lo que él pensaba. O era asía hasta ese momento.
Llegó corriendo uno de los mayordomos del anfitrión, y Vera lo oyó acercarse. Le susurró algo al oído, con agitación. El Sr. Di Roger, porque así se llamaba se puso de pie y anunció en voz alta la llegada de una mujer que al parecer era importante, y que por su retraso se disculpaba ante los presentes.
Llevaba un abrigo de piel de conejo tan enorme que la hacía parecer un oso polar. Pensar cuántos de esos pobres animalitos debieron mutilar hasta arrancarles la piel que ahora esa mujer lucía tan alegremente, a Tinashe no le gustaba nada. Le causaba un odio interno indeseable, un odio involuntario, por eso él siempre evitaba odiar o que su odio lo dominara a él.
La mujer se quitó el gran abrigo blanco inmaculado, y mostró su cuerpo retorcido y delgado, son un vestido colorado, largo hasta el suelo. Y en sus brazos, un perro blanquecino, pequeño y de pelo largo, tanto que se lo podría confundir con un trapeador.
La mujer se sentó a la izquierda del Sr. Di Roger, a unos asientos de él, y casi enfrente de Cecilia. Un camarero le sirvió un plato distinto al de los demás.
Y paso alrededor de media hora, cuando sonó una música distinta, y el anfitrión se puso de pie, anunciando que la hora del baile había llegado.
El baile después de la cena y antes del postre, era algo tradicional que se mantenía durante las generaciones en la Fiesta Di Roger. Simbolizaba muchas cosas que Vera no tenía ganas de explicarle.
Depositó a su amigo en su silla, y antes de alejarse al centro de la pista de baile, el gato le habló.-Es necesario. Tengo que ir sino lo tomarán como una ofensa.
-¿Y no puedes llevarme hasta allí?-ella negó con la cabeza- Entonces prométeme que un día me enseñarás a bailar.